martes, 8 de diciembre de 2015

La paciencia en los 50: ¿bendición o castigo?

Con los años hay cosas que hago mejor, otras que no hago tan bien y unas más que no tengo la menor intención de hacer.  Si bien los más jóvenes nos consideran poco adaptados a la modernidad (porque no tenemos 10 pulgares y escribimos  los mensajes de whatsapp con tildes y comas), creo que soy parte de una generación que se ha adaptado a muchos cambios y lo ha hecho la mar de bien.
En lo personal, sigo adaptándome, ahora que soy una abuela que ve crecer a su nieto de cuatro mientras aún tengo una hija menor en la escuela, un hijo mayor aún en el nido familiar, un esposo con todo lo que eso lleva consigo....y sigo adaptándome a todo ello y sus propios cambios.
Después de pasar por la menopausia y sus estragos, entre ellos los calores que aún no me dejaron del todo pero que, gracias a Dios, no me visitan tanto, he sufrido mi parte y para aminorar los daños he realizado muchos cambios en mis hábitos y hasta en mi comportamiento. Sin embargo, para seguir en este escenario cambiante si morir en el intento, reconozco que he debido desarrollar una cualidad  en proporciones gigantescas: la paciencia.
Sí, y para situaciones  diversas y a veces contrarias.
A veces trato de mantenerme con firmeza en una postura y otras prefiero ceder el paso y seguir mi camino sin alterarme, todo con una cuota extra de paciencia. ¿Cuándo insisto y cuando cedo? Como decía mi suegra, “¡Sábelo Dios!”. Sólo sé que en ocasiones tengo más energía para resistir y en otras sólo quiero mantener mi hogar en paz y mi salud mental en niveles moderadamente aceptables y soy capaz de dejar pasar un ciclón sin que se me levante una ceja.

Hay momentos en los que me siento feliz de poder pasar por momentos difíciles sin angustiarme por ello y, todo lo contrario, siendo una especie de ancla que permanece estable y calma en medio de la tempestad, pero en ocasiones me molesta ser yo la que tenga que ceder y esperar a que calme el mal tiempo, mientras todos los demás parecen seguir con sus emociones como les viene en gana.  
Acabo de sostener una conversación con esposo e hija por la compra de ganchos para colgar ropa en el clóset de la última, ejemplo perfecto. ¿Le doy el gusto en lo que quiere la muchacha aún a sabiendas de que es sólo un capricho más, que no sólo me implica desplazamiento y tiempo y que terminará en el habitual desorden y el desenfadado “ya lo voy a ordenar despuéeeeeeesss” (con tonito especial incluído)? ¿o trato de establecer una línea en la que ella se esfuerce en alguna pequeña medida antes de hacerle concesiones sabiendo que eso a su padre lo pone de vuelta y media y luego el monstruo lo tendré que enfrentar yo? 
Esta vez opté por el camino corto y saldré con la hija chica y con la hija grande con su hijo chico (tratando en el camino de que no surja la tercera guerra mundial entre una y otra) a comprar los ganchos, pues mi hígado es importante y ya estoy convencida de que hay batallas que tal vez no vale la pena librar, Independientemente de la posibilidad de perder o ganar, tal vez más importante sea … vivir.
Así es que respiro, sonrío, pienso que no resulta tan relevante y que hay poco que pueda hacer (es la verdad) y pienso que si logro llegar a la noche sin una nueva discusión familiar, será un buen día. 
Luego mi hija mayor me preguntará: "mamá ¿cómo tienes tanta paciencia?" (como si ella también no me la pusiera a prueba cada tres por cuatro), y seguramente le diré: "gajes de la edad, hijita".

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